martes, 28 de julio de 2009

Cuando bailamos, somos libres.

Mejor dicho, nuestro espíritu puede viajar por el universo, mientras el cuerpo sigue un ritmo que no forma parte de la rutina. Así, podemos reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos, y nos entregamos a una nueva experiencia sin miedo. Mientras la oración y la meditación nos conducen hasta lo sagrado a través del silencio y del viaje interior, en el baile celebramos junto a otras personas una especie de trance colectivo. Se puede escribir lo que se quiera sobre el baile, pero no servirá de nada: es necesario bailar para saber de qué se habla. Bailar hasta quedar exhaustos, como si fuésemos alpinistas subiendo una montaña sagrada. Bailar hasta que, en virtud de la respiración agitada, nuestro organismo pueda recibir oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, lo que acaba llevando a la disolución de la identidad, y a la pérdida de nuestras referencias del tiempo y del espacio. Claro que podemos bailar solos, si eso nos ayuda a superar la timidez. Pero siempre que sea posible, es preferible bailar en grupo, pues unos estimulan a los otros, y acaba creándose un espacio mágico, con todos conectados en la misma energía. Para bailar no es necesario aprender en escuelas: basta dejar que nos enseñe nuestro propio cuerpo, pues bailamos desde la noche de los tiempos y eso no lo olvidamos.

1 comentario:

  1. mas fiiino!!!todo esto lo que has publicado me parece muy interezante..!!sigue publicando cosas que vale la pena..!!!TE KIEROOOO MUUUUCHOOOooo!!!!

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